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Tuesday, March 12, 2024

 Cada vez que viajo a España, llevo en mi mente una anticipación, y un espectáculo que siempre me ha fascinado: los nidos de las cigüeñas.


Estas estructuras, tan meticulosamente construidas en lo alto de torres y campanarios, son un recordatorio de la armonía entre la naturaleza y la civilización.

Recuerdo la primera vez que los vi, era una mañana fresca y el cielo estaba pintado de un azul profundo. Allí, en la cima del antiguo acueducto en Segovia, un grupo de cigüeñas se afanaba en sus quehaceres diarios. Sus nidos, hechos de ramas y hierba, eran tronos que se alzaban orgullosos sobre el paisaje urbano.

Me quedé maravillada, observando cómo estas aves majestuosas cuidaban de sus crías y volaban con gracia en busca de alimento. Era un baile etéreo que me cautivaba, un espectáculo que me hacía sentir parte de algo mayor, un ciclo de vida que continuaba sin cesar.

Desde entonces, cada vez que regreso a Europa, busco con la mirada esos nidos. Me recuerdan la belleza de lo simple, la importancia de la familia y la increíble adaptabilidad de la naturaleza. Son, sin duda, uno de los tesoros que guardo en mi memoria, y que espero seguir disfrutando por muchos años más.



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