Cuento para una noche de desvelo.
Ella se llamaba Laura y vivía en una ciudad gris y aburrida, donde todo era
rutina y monotonía. No le gustaba su trabajo, ni sus amigos, ni su familia. Se
sentía atrapada en una realidad que no le ofrecía nada nuevo ni emocionante.
Un día, mientras navegaba por internet, encontró un anuncio que le llamó la
atención. Decía algo así:
"¿Estás cansado de tu vida? ¿Quieres vivir una aventura espacial?
¡Apúntate al programa de colonización de Marte! Buscamos voluntarios para
viajar al planeta rojo y formar parte de la primera comunidad humana fuera de
la Tierra. No se requiere experiencia previa, solo ganas de explorar y
aprender. ¡No dejes pasar esta oportunidad única!"
Laura no lo dudó ni un segundo. Rellenó el formulario, hizo las maletas y
se a una montaña, donde la esperaba una nave espacial que la llevaría a su
nuevo destino. No le importaba dejar atrás todo lo que conocía, ni los riesgos
que implicaba el viaje. Solo quería escapar de su realidad y buscar otro mundo.
El viaje duró varios meses, durante los cuales Laura conoció a otros
voluntarios como ella, que compartían su sueño de vivir en Marte. Juntos,
aprendieron sobre el planeta, su geología, su clima, su historia. También se
entrenaron para adaptarse a las condiciones de vida marcianas, como la baja
gravedad, la escasez de agua y la radiación solar.
Cuando llegaron a Marte, se sintieron como los primeros exploradores de un
territorio desconocido. Se instalaron en unos módulos prefabricados, que les
servían de refugio y laboratorio. Empezaron a realizar experimentos, a cultivar
plantas, a extraer recursos. También salieron a explorar el paisaje, a admirar
los cráteres, las montañas, los valles. Se maravillaron con la belleza de los
atardeceres rojos, las estrellas brillantes, las lunas gemelas.
Laura se sintió feliz como nunca antes. Había encontrado otro mundo, donde
cada día era una aventura, donde podía ser ella misma, donde podía hacer
historia. Se olvidó de su antigua vida, de su ciudad gris, de su realidad
aburrida. Se enamoró de Marte, de sus compañeros, de su nueva vida.
Un día, mientras Laura estaba explorando una cueva, encontró algo que le
cambió la vida. Era una puerta metálica, con un letrero que decía:
"Proyecto Marte. Simulación de colonización. No entrar". Laura,
intrigada, abrió la puerta y entró. Lo que vio la dejó sin aliento.
Dentro de la cueva, había una enorme sala llena de pantallas, cables,
ordenadores y cámaras. En una de las pantallas, reconoció su propio rostro,
junto al de sus compañeros. En otra, vio la nave espacial que los había traído
a Marte. En otra, vio la Tierra, azul y hermosa.
Laura se dio cuenta de que todo era una mentira. Que nunca había salido de
la Tierra. Que todo lo que había vivido en Marte era una simulación. Que sus
compañeros eran actores. Que su nueva vida era un experimento.
Laura se sintió engañada, traicionada, furiosa. Quiso salir de la cueva,
pero la puerta se cerró tras ella. Quiso gritar, pero nadie la escuchó. Quiso
llorar, pero no tenía lágrimas.
Y así fue como Laura dejó de ser una mujer marciana y se convirtió en una
mujer encerrada.